
Equipar vs. abrir (II)

Equipar vs. abrir (I)
Existe una idea generalizada de que no es lo mismo abrir que equipar. Para quien no tenga muy clara la diferencia diremos que cuando se habla de abrir una vía se viene a decir lo siguiente: "ascender una pared siguiendo un itinerario que nadie ha seguido antes", y concretando un poco más: "hacer la primera ascensión de una nueva ruta en una pared, escalando siempre desde abajo (*) -en libre o en arficial- y colocando protecciones flotantes o fijas" (aunque también se pueda abrir sin protecciones ni cuerdas, es decir, a pelo). Por otra parte, cuando se habla de equipar una vía suele hacerse referencia a: "descender una pared instalando las protecciones", y concretando un poco más: "descender en rapel por una ruta que nadie ha escalado antes (*) emplazando las protecciones fijas que servirán para asegurarse en un posterior ascenso" (aunque también se pueda equipar sin descender en rápel, es decir, subiendo)
El efecto dinosaurio
Hace treinta años no era muy habitual ver a "viejos" escalando. Lo de viejos va entre comillas porque así parece que si alguien se da por aludido, pues..., eso..., que lo hemos puesto entre comillas para dar un poco la impresión de que queremos decir que nadie es viejo tenga la edad que tenga.
A lo mejor en Francia sí que se podían ver familias de padre, madre, niños y perro, todos saliendo de un enorme furgón equipados con sus arneses y un semblante de armonía y felicidad. En esos años, aquello que ahora es muy común en cualquier zona de escalada, nos resultaba de lo más chocante. -Fíjate tú, ¡que tíos estos gabachos!, decíamos mientras nos hacíamos cruces de que unas personas tan "mayores" (que a lo mejor pasarían poco de los 30) ¡y con hijos!, se dedicaran todavía a escalar y encima estuvieran inculcando la afición a sus retoños.
A lo mejor en Francia sí que se podían ver familias de padre, madre, niños y perro, todos saliendo de un enorme furgón equipados con sus arneses y un semblante de armonía y felicidad. En esos años, aquello que ahora es muy común en cualquier zona de escalada, nos resultaba de lo más chocante. -Fíjate tú, ¡que tíos estos gabachos!, decíamos mientras nos hacíamos cruces de que unas personas tan "mayores" (que a lo mejor pasarían poco de los 30) ¡y con hijos!, se dedicaran todavía a escalar y encima estuvieran inculcando la afición a sus retoños.
La ética de más
Antes de nada decir que el título de la entrada no está buscado con un doble sentido. Es cierto que viendo un telediario enseguida me he dado cuenta de que realmente lo podía tener y he pensado en cambiarlo, pero al final he decidido mantenerlo así, que casi seguro que aumentará las visitas (circunstancia siempre del agrado para cualquier bloguero). Aunque uno sepa que no le lee ni dios y que los internautas permanecen en el sitio (tu blog, mi blog) escasos minutos (eso si hay estampas, que si no a los 5 segundos lo abandonan), éste -el bloguero, me refiero- siempre queda gratificado con el aumento de visitas. Como el post no va a tener fotos (estampas) y el tema -en ambos
sentidos- ya ha tenido un excesivo tratamiento, me da que lo que voy a contar no va a despertar ningún interés especial (a parte de que el problema pueda considerarse casi como algo "perenne" y de complicada/imposible solución). Por eso si alguien quiere abandonar, a la vista de que no se ven estampas, quizás ahora sea el momento adecuado.
Sobre chapajes (II)
[Viene de Sobre chapajes (I)]
Siempre he creído que el equipamiento es algo que interviene
esencialmente en la calidad de una vía. Tanto ó más como la manipulación
de agarres (si es que ésta se ha producido, claro). Hace ya muchos años
que defiendo una "teoría" para el equipamiento de vías deportivas, y ahora la voy a intentar explicar aquí lo mejor que pueda:
"Por su naturaleza y morfología, en una vía entran un número determinado de seguros. Si el equipador decide colocar uno de más o uno de menos, el error no habrá sido muy determinante en el resultado final; habrá creado una vía un poco sobre-protegida, o una vía un poco arriesgada. Si el error está en dos de más o de menos, la influencia en el resultado final será mayor. Pero cuando el error supera los tres, la influencia en el deterioro del resultado se incrementa de forma exponencial. Tanto es así que una vía que tenga cinco, seis, siete... seguros de más o de menos, en realidad no necesita equipamento alguno, pues la diferencia de escalarla en 'top rope' en el caso de tener de más, o sin cuerda si los tiene de menos, se minimiza hasta dejar de existir".
"Por su naturaleza y morfología, en una vía entran un número determinado de seguros. Si el equipador decide colocar uno de más o uno de menos, el error no habrá sido muy determinante en el resultado final; habrá creado una vía un poco sobre-protegida, o una vía un poco arriesgada. Si el error está en dos de más o de menos, la influencia en el resultado final será mayor. Pero cuando el error supera los tres, la influencia en el deterioro del resultado se incrementa de forma exponencial. Tanto es así que una vía que tenga cinco, seis, siete... seguros de más o de menos, en realidad no necesita equipamento alguno, pues la diferencia de escalarla en 'top rope' en el caso de tener de más, o sin cuerda si los tiene de menos, se minimiza hasta dejar de existir".
Sobre chapajes (I)
Hace poco escalé una esbelta aguja en un sólo largo de 55 metros. Los primeros 20 recorrían un estético muro de curiosas formaciones por una mezcla de arenisca y caliza roja. Este tramo de escalada atlética con buen agarre daba paso a otros 15 metros de placa técnica, en una expléndida caliza roja y gris de pequeñas regletas y gotas de agua. La ruta continuaba por un muro, otra vez de caliza roja y con buena presa, para acabar con un exigente movimiento de salida a una rampa de un gris excelente. Para rematar, una panza cortada por una laja maciza que se escalaba en bavaresa te colocaba en la misma cima de la aguja. Vamos, un recorrido increíble con una escalada variada y elegante. Si no hubiera sido porque tuve que escalar los 55 metros de la vía y otros 20 más (destrepando para recuperar cintas y volviendo a trepar hasta el punto más alto alcanzado) la habría gozado como un enano y consideraría esta vía como una de las más recomendables en su grado.
Los embaucadores
Cuando salen a la palestra siempre impactan a su público. Nunca dejan a nadie indiferente y aunque saben que van a generar opiniones contrapuestas al cincuenta por ciento, confían ciegamente en que sus adeptos quedarán, una vez más, fascinados por su verborrea. Son capaces de contradecirse en un mismo foro y en un corto espacio de tiempo, y pueden cambiar sus principios como una veleta cambia de dirección. Todo ello sin el menor remordimiento.
El extraordinario caso del alpinista indecente
Mientras iban emplazando los campamentos de altura él intentaba desgastarse lo menos posible para estar en las mejores condiciones cuando llegara el momento de atacar la cumbre. Ya en el campo base había tramado todo tipo de argucias para trabajar lo menos posible, lo que iba en detrimento de sus compañeros que empezaban a verle el plumero. Su mano derecha en la expedición compartía con él la afición por la política y los dos estaban afiliados al partido. No se sabe muy bien si en la financiación de la expedición -de la que se ocupó personalmente el alpinista indecente- hubo algunas irregularidades, pero, inevitablemente sugestionados por el adjetivo, hemos de pensar que con seguridad las hubo.
El hombre sin metas
De pequeño, cuando jugaba en el patio del colegio, no pensaba en que de mayor quería ser como Cruyff. Tampoco quería ser policía o astronauta, ni nada de lo que suelen querer ser los niños cuando son pequeños. Nunca se planteaba llegar más lejos, le gustaba hacer lo que hacía en cada momento y cuando le atraía otra cosa dejaba de hacer la anterior, aunque se le diera bien y pudiera depararle expectativas satisfactorias. Con la escalada le pasó parecido pero distinto, pues desde la adolescencia hasta que fue mayor nada le gustó más para dejarlo...y lo distinto fue sólo eso. Lo parecido fue que con la escalada también tenía un futuro prometedor, pero como no tenía metas su carrera quedó "truncada" al poco de empezar.
Noches toledanas (II)
[Viene de Noches toledanas (I)]
Comenzaron la escalada y eran casi las dos de la mañana. El guarda iba primero con su linterna frontal y detrás el rescatador, con un petate a la espalda de más de 20 kilos y 100 metros de cuerda estática enganchados al anillo del arnés. Dentro del petate ya sabemos lo que había, pero encima iba también un rotativo luminoso, como el de los tractores, que permitía a los miembros del grupo de rescate que permanecían abajo localizar la cordada en todo momento. Éstos idearon un sistema que al guarda le iría de perlas: de uno de los todo terreno desmontaron un faro de la parrilla frontal, de tal manera que quedaba colgando de los cables y podían dirigirlo hacia la pared, orientados por la luz del rotativo.
Comenzaron la escalada y eran casi las dos de la mañana. El guarda iba primero con su linterna frontal y detrás el rescatador, con un petate a la espalda de más de 20 kilos y 100 metros de cuerda estática enganchados al anillo del arnés. Dentro del petate ya sabemos lo que había, pero encima iba también un rotativo luminoso, como el de los tractores, que permitía a los miembros del grupo de rescate que permanecían abajo localizar la cordada en todo momento. Éstos idearon un sistema que al guarda le iría de perlas: de uno de los todo terreno desmontaron un faro de la parrilla frontal, de tal manera que quedaba colgando de los cables y podían dirigirlo hacia la pared, orientados por la luz del rotativo.
Noches toledanas (I)
Un hombre menudo y entrado en años, con una poblada barba blanca y de aspecto rudo pero apacible, apareció por la puerta del refugio cuando el guarda estaba sentado en una mesa del comedor, junto a la estufa, terminando su bocadillo de anchoas en lata.
Hola, dijo el hombre con cara de cierta preocupación, perdone, pero es que mi amigo está por ahí enriscado desde hace rato y yo no sé que hacer. ¿De dónde viene usted?, preguntó el guarda. Yo estaba buscando caracoles por la carretera, pero mi compañero se ha ido esta mañana por los riscos y son más de las 10 y todavía no ha vuelto. El guarda apuró el último trago de cerveza y se dirigió con aquel hombre de aspecto venerable hacia las peñas.
Hola, dijo el hombre con cara de cierta preocupación, perdone, pero es que mi amigo está por ahí enriscado desde hace rato y yo no sé que hacer. ¿De dónde viene usted?, preguntó el guarda. Yo estaba buscando caracoles por la carretera, pero mi compañero se ha ido esta mañana por los riscos y son más de las 10 y todavía no ha vuelto. El guarda apuró el último trago de cerveza y se dirigió con aquel hombre de aspecto venerable hacia las peñas.
Sobre cotaciones
Decir que el grado es algo subjetivo es una absoluta perogrullada, no por que lo diga yo aquí, sino porque parece ser algo que se ha dicho desde siempre. Por ello, cualquier discusión de si una vía es de un grado u otro debería pasar por una simple exposición de opiniones, aunque la evidencia demuestra que los debates "encendidos" sobre el tema se perpetúan generación tras generación, con el objetivo inalcanzable de establecer cotaciones "verdaderas".
Parece claro que conviene intentar unificar criterios, aunque sea simplemente por la cuestión práctica de orientar. Si aceptamos como si fuera un axioma que el grado es subjetivo, para unificar criterios la única manera es recurrir a la estadística, o sea, a las encuestas, y cuanto mayor sea la muestra, mayor fiabilidad tendrá el resultado.
Parece claro que conviene intentar unificar criterios, aunque sea simplemente por la cuestión práctica de orientar. Si aceptamos como si fuera un axioma que el grado es subjetivo, para unificar criterios la única manera es recurrir a la estadística, o sea, a las encuestas, y cuanto mayor sea la muestra, mayor fiabilidad tendrá el resultado.
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