: Retroroc: Los Guiris

Los Guiris

   Cuando llegan los calores del verano, caminando por la sierra  bajo el sol, casi siempre me vienen  recuerdos muy divertidos de cuando ibamos con los guiris por los caminos. A principios de los años 90, con el boom de los paquetes multiaventura en pleno auge, Javier y Tony me pusieron en contacto con una agencia de viajes de Bélgica que organizaba viajes de aventura por todo el mundo.  De entre los que realizaban en España, yo me encargaría durante varios años de programarles unos recorridos de 8 ó  10 días. Uno por la Sierra de Guara (Vadiello - Nocito - Bara - Rodellar - Las Bellostas - Lecina - Alquézar) y otro conocido como  Sierras de Aragón (Sta. Cilia de Jaca - San Juan de la Peña - Ena - Lagé - Salinas - Agüero - Murillo de Gállego - Riglos).
 

   Los Guiris ,término que no es para nada peyorativo sino más bien cariñoso (...o completamente descriptivo) se apuntaban en la agencia en su país sin conocerse de nada entre ellos -aunque algunos venían en pareja o como amigos- y por supuesto sin conocerme ni a mí ni a mis colaboradores (los buenos del Hongo, J.R o Carlos). Llegaban una mañana a la estación de ferrocarril de Huesca un grupo de 12 ó 13 personas, de 18 a 55 años más o menos, acompañados por un intérprete que se encargaba de administrar la pasta para los gastos y el avituallamiento  durante el viaje,  y también de comunicarse con los guías nativos que decía el folleto de la agencia (o sea, con nosotros). Después de la toma de contacto con el grupo  -"Holaaa...", mua, mua y apretones de manos por aquí y por allá, comenzaba la primera complicación. Había que meter en la furgoneta el equipaje de todos los guiris y el nuestro  para todos los días: mochilas, bolsones, tiendas de campaña, barquillas con el menage de cocina, la bombona de butano, la comida del día...y también cuerdas, arneses y algo de material para las jornadas de multiaventura, que siempre eran de lo más esperado en todos los viajes. Durante esta operación de carga, en una Wolkswagen Transporter equipada para camping, de aquellas cuadradas con motor atrás... y sin maletero, algunos guiris que colaboraban ya empezaban a flipar un poco con la infraestructura de los nativos. Algunos venían con maleta (que es que nunca habían salido de excursión) y otros con descomunales macutos con bastes de aluminio inapilables por definición, y que se enganchaban sin piedad cada vez que los intentabas recolocar para conseguir cerrar las puertas.  A lo primero nos hacía gracia lo de las maletas, pero la verdad es que se manejaban de cojón y podían colocarse encima de la cocina de la furgo, por ejemplo, sin dar ningún problema a la hora de realizar a diario la carga y descarga, pues prácticamente todos los días había que trasladar el campamento. Mientras uno de nosotros conducía al grupo por la sierra, el otro transportaba el equipaje hasta el punto de llegada y se encargaba del avituallamiento para la cena.

En Sta. Marina con un grupo
muy divertido
Las Bellostas, un paraje inigualable
Peña Guara desde Nocito

La Canal del Palomo, en Vadiello
La segunda complicación venía enseguida. Había que colocar el arnés a los 13 ó 14 guiris, pues el viaje comenzaba con la ascensión a la Canal del Palomo, en Vadiello. Puede parecer que lo de poner un arnés a un guiri no tiene por que ser muy complicado, pero la relalidad era bien distinta. No teníamos dos arneses iguales, y la mayoria eran tallas M para hacer el friki,  o sea, que regulables había pocos. Además, algunos de los regulables eran integrales que habíamos ido retamillando de colegas y ni siquiera sabíamos como "funcionaban", pues no nos los habíamos puesto nunca. Si a esto le sumamos que había guiris de todos los tamaños, que cuando levantaban una pierna para introducirla en la pernera decían palabras con cinco consonantes seguidas, el resultado era que para encajarles los arneses a cada uno de los guiris (algunos necesitaban talla XXL) había que hacer álgebra, suplementando algunos con cordinos y cintas planas para conseguir un punto central fiable. Una vez acabada la operación de los arneses seleccionabamos, me imagino que con algún criterio, a la mitad del grupo (unos 6 ó 7) y emprendíamos  la ascensión, mientras la otra mitad  esperaba abajo durante dos  ó tres horas a que les tocara su turno... con el arnés puesto (esto creo que les gustaba bastante). Como en aquellos años la Canal del Palomo estaba equipada sólo con las 240 las clavijas del año 1954 (metidas a mano unos 3 ó 4 centímetros) sin cables ni reuniones, el sistema de aseguramiento que utilizabamos se puede decir que no era del todo ortodoxo. Ibamos fijabando una cuerda a lo largo de los 200 metros de recorrido mediante nudos de  ballestrinque sobre las mismas clavijas, a modo de pasamanos vertical, para asegurarse con un cabo de anclaje.
Una nativa circulando por la
Canal...aunque también de
manera poco ortodoxa
Como en el primer viaje nunca habíamos escalado la Canal del Palomo ni el Hongo ni yo, una vez que estaban los 14 guiris con el arnés puesto les dijimos: -"Esperad aquí un poco que vamos a ver una cosa", y nos fuimos a toda ostia a subir por la canal para ver como era aquello. A la bajada los guiris estaban columpiándose de un chopo encantados con sus arneses, y entonces comenzamos la subida con los siete primeros, para después de bajar arrear con los otros siete...una mierda, vamos. Con los años, y después de haber subido a más de 100 guiris por allí, tras un pequeño percance con una chica un poco rolliza y bastante rosa decidimos que aquello no podía seguir así.  Entonces equipé unas 9 ó 10 reuniones con dos argollas y renové la sirga de la travesía de salida. Así resultaba seguro 100%, aunque nosotros teníamos que subir con 4 ó 5 cabos de cuerda cada uno y un surtidillo de grigris, placas freno, ochos y shunts para asegurar a todos a la vez...la verdad que a veces faltaban manos. El percance   que comentaba no fue nada serio,  pero fue el acicate definitivo para realizar aquel primer equipamiento de la canal.

En el lugar del percance
a lo mejor si la guiri
 hubiera llevado magnesio
 como la nativa...
La chica en cuestión estaba atorada en un tramo que tenía las clavijas dobladas hacia abajo, lo que obligaba a asirlas como si de un mango de sartén se tratara. Como se escurría un poco comenzó a gritar bastante apurada: -"Javieg!!!, "Javieg!!!, pog favog!!!,  no podo subig!!!. Entonces me dirigí raudo al rescate y, abierto de piernas en X entre las lavadas paredes de la canal, la cogí fuertemente  por la camiseta. En aquel momento la guiri comenzó a reir contenta de verse salvada, pero no se daba cuenta de que en cualquier momento se me podía escurrir o romperse la camiseta, por ejemplo, y además yo me estaba petando. La chica no colaboraba nada, ya no hacía ni fuerza para sujetarse de las clavijas,  sólo reía... aunque tenía los dos cabos de anclaje por debajo de uno de los nudos. O sea, cabía la posibilidad de que cayera hasta el ballestrinque de abajo y clavarse tres o cuatro clavijas por las costillas En aquel preciso instante yo estaba fumándome un cigarro  y no me lo podía quitar de la boca (tenía una mano cogida a una clavija, la otra en la camiseta de la guiri... y los pies en liso (aunque esto da igual para escupir el cigarro, pero bueno...) El caso es que yo le decía: -"Affre lofs mosfquetones y súfelos pfor encfima del nudo!", pero ella sólo sabía decir lo de "Javieg!!!, Javieg!!!..." y leer carteles en perfecto castellano sin entender ni papa de lo que leía, por lo que mientras yo la sujetaba, ella sólo miraba hacia arriba riendo de contenta.  Al final la situación se solventó con la ayuda de otro de los guiris que iba por debajo, que interpretó lo que yo quería decir y consiguió pasarle el mosquetón por encima del nudo... y yo apurar la colilla del cigarrillo sin más contratiempos.


Comenzando la etapa Las Bellostas-Lecina,
 ligeros de equipaje pero alguno un poco "cargado"
El viaje continuaba entre jornadas de caminatas más o menos largas y más o menos amenas...o sórdidas, según se mire. Pero aunque el día hubiera sido regular, entre algún desvanecimiento y quemaduras solares medio severas, por las noches siempre nos lo pasabamos de cojón. Mientras preparabamos la cena, con lo que más flipaban era con la lata de 5 litros de aceite de oliva Carbonell , de esas de chapa con un asa de varilla. Cuando los guiris veían la cantidad que echabamos para preparar los sofritos, nos decían que en su país con un litro pasaban todo el año, que ellos utilizaban fundamentalmente la mantequilla. -"Mantequilla caca",  les decíamos con la lata debajo del sobaquillo mientras caía el aceite a chorro en el caldero. Cuando hacíamos Paella, "Paela", que decían ellos, aunque fuera de langostinos y cigalas congeladas y hecha en un caldero de un palmo de fondo, nada más quitar el trapo de encima, después de dejarla reposar, comenzaban a aplaudir sólo de verla, antes siquiera de probarla. Y la verdad es que aunque se agarrara por el fondo y las gambas dieran pena, cuando pillaban un pedazo de pollo con arroz después de haber pateao 5 ó 6 horas todo les sabía de muerte. Incluso aquello que surgió del intento de hacer una tortilla de patata para 16 en el caldero e intentar darle la vuelta con un cartón forrado de papel albal. Como en esta operación  no había muchos presentes, les dijimos que habíamos cambiado el menú, que ibamos a cenar revuelto español. A pesar del fortísimo sabor a socarrao los guiris decían: -"mmm!, mmm!, rrrevuelto o guevuelto, Javieg?" encantados con las artes culinarias de los chefs nativos. También disfrutaban haciendo de pinches, aunque  en una ocasión sorprendimos a uno friendo pepinos con piel (es que nos había visto a nosotros hacer lo mismo con los calabacines para el sofrito...). Pero uno de los momentos culinarios más esperados del viaje era el cordero. En Las Bellostas, un pequeño pueblo de la comarca del Sobrarbe, una de las dos únicas familias que vivían allí nos acogía con tremenda hospitalidad. Avisábamos a Pablo y Miguel, de Casa Molinero, con tres o cuatro días de antelación  y nos mataban un cordero para comérnoslo con los guiris. Subir a la cocina a charrar un rato con ellos era muy ameno..pero algo "peligroso".
Con Miguela, mujer entañable donde las haya
Mientras los guiris se instalaban en una era que nos cedían para acampar, nosotros nos tomábamos unos vinos con la familia. Miguela, la madre, descuartizaba el cordero que colgaba de un gancho en el techo de la cocina. Entre tajo y tajo, la señora se daba la vuelta y si veía que tu vaso estaba un poco por debajo de la mitad, lo rellenaba de inmediato y te ofrecía una pasta con una servilleta de papel. Luego, tambaleándonos un poco, llevávamos el cordero a la era para asarlo y los guiris aplaudían. Después de cenar volvíamos a echar un carajillo con Miguel y Pablo, entonces el peligro era mayor. Cuando tenías el vaso a mitad, Miguel, sin preguntar, lo rellenaba de inmediato de coñac. Al final, como durante la velada el vaso había estado varias veces por debajo de la mitad, salías de allí a dormir con cuarto de litro de coñac entre pecho y espalda. A la mañana siguiente volvíamos a la cocina con el intérprete para pagarles la carne. Entonces nos invitaban a un café con unas "gotas". Yo por la mañana procuraba que el nivel del vaso no bajara  de la mitad, pero los guiris ese truco no lo sabían... alguno salió de allí bailando jotas a las 9 de la mañana para emprender una de las etapas más duras del viaje.

Salchichas a la piedra.
A partir de este momento
los guiris cogían más
confianza en nosotros...
nos veían como auténticos
Robinsones Crusoes






morterada convencional
Secuelas de una "fiesta española"


Cada 2 ó 3 días tocaba una jornada de aventurismo avanzado, que ya he dicho que era de lo más esperado por el grupo. Cuando tocaba ir al río podía pasar de todo. Desde torceduras de tobillo que obligaron a portear a caballo a algún matután de más de 70 kilos durante una hora, hasta conatos de ahogamiento de los que el "socorrista" tuvo que huir a la desesperada buceando,  para así  evitar ser él el ahogado. También alguno decía el día de antes que no sabía nadar, pero se le endiñaba un macuto con un bote estanco y a empujar tocaba. En una ocasión también nos tocó estirar. Se trataba de una mujer de características similares a la chica de la canal, que se quedo atorada en un pasillo de roca por el que se pasaba literalmente con el agua al cuello. Por encima del agua sólo se podía llevar la cabeza, y el resto del cuerpo pasaba bastante justo por debajo. La mujer dijo que no cabía, que no quería pasar por ahí,  pero para evitar aquel estrecho había que retroceder y dar un rodeo de media hora por fuera del agua. Entonces le dije: -"Que sí que cabes, mujer!, mete la cabeza debajo del agua y yo estiro hacia aquí". -"Als dat dekens, vrouw! Hij zet zijn hoofd onder water en ik teruggeroepen jegens hier", le diría el intérprete, me imagino. La mujer cogió aire y se sumergió, yo hice lo mismo por delante de ella y empecé a estirar, pero la verdad es que no cabía muy bien. A los pocos segundos, sin haber conseguido pasarla, salió con la cabeza colorada como un tomate y presa de un ataque de pánico. Los guiris comenzaron a gritar: -"¡hyperventilation!, ¡claustrophobia!", pero yo, por no dar el rodeo, le expliqué a uno  que vi muy sereno que no había ninguna otra opción, que había que pasarla por allí por cojones. Entonces aquel buen mozo le gritó con autoridad y todos callaron. Al final, tirando del brazo de la mujer, sin sumergirla,  conseguimos pasarla estorrozándola bastante por las paredes, pero sin dislocarle el hombro ni nada...todos aplaudían muy contentos y a la mujer se le puso mejor color.

Este cartel lo leían
 pronunciando como si
 fueran de Valladolid.
 Eso sí, sin
  entender ni papa


Los folletos de la agencia publicitaban el viaje con fotos como éstas




Cuando tocaba escalar la cosa iba mejor. El riesgo estaba bastante más controlado. A fin de cuentas llevabas al personal atado todo el rato y no podían hacer casi nada por su cuenta. Si alguien no podía subir con estirar bastaba. En una ocasión en Riglos,  subiendo al Pisón por la Pany-Torreón tuvimos un contratiempo con un señor que tenía serios problemas para subir. Ya en los estrechamientos de la chimenea había que sacarlo afuera e izarlo como a un petate. Le propusimos que se bajara, pero no quiso. Estaba encantado con el desarrollo de la ascensión. En el torreón la cosa se complicó un poco más, porque al haber más roce de cuerda debido a las travesías y panzas resultaba bastante más difícil estirar. Tras 9 horas llegamos a la cima con un grupo de cuatro guiris. Al llegar al suelo, tras el último rapel, nos esperaba Gema.  Cuando vio al señor de la problemática nos preguntó: "¿pero que le ha pasado a este hombre en las piernas?". Entonce J.R le contestó vacilándole: -"Es que de pequeño le estalló una granada" -"Aaahh", dijo Gema muy convencida con la explicación. Y es que a aquel pobre hombre lo arrastramos literalmente hasta la cima del Pisón, y parece ser que iba más cómodo colgando del arnés... si apoyaba las rodillas mientras lo izábamos...cosas de guiris.

Nativo arrastrador
Un buen chorizo belga
Algunos no sólo tenían problemas para subir...

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